martes, 24 de mayo de 2011

La desertificación se come el planeta


Aunque se haya extendido la idea del desierto como parangón de un futuro próximo de sequía y cambio climático, es la desertificación la que se come el planeta.

Madrid, España.- Naciones Unidas usa un índice muy sencillo que establece la relación entre la demanda atmosférica de agua y la cantidad de agua que se precipita mediante la lluvia: cuanto más calor hace en un sitio, cuanta más radiación reciben las plantas y el suelo, la atmósfera se llevará más agua.

También se calcula una evaporotranspiración potencial, es decir, todo lo que querría recibir la atmósfera independientemente de que haya agua o no en el suelo. Es lo que se podría denominar como los gastos y los ingresos, que es lo que cae por lluvia.

Cuando los gastos son mayores que los ingresos, es decir, cuando la atmósfera demanda más agua de la que ha caído en un sitio, ese sitio está en situación de déficit hídrico y entra dentro del dominio de lo que se llaman tierras secas. Entre estas se encuentran las tierras de cultivo, matorral, monte bajo, pastos, sabanas semidesiertos y desiertos verdaderos.

Un cambio climático muy acelerado, con unas condiciones climáticas muy fluctuantes como las que se predicen en determinados escenarios, donde cada vez habría menos lluvia y cada vez estaría más concentrada, con poblaciones humanas muy densificadas, lo que genera son condiciones de desertificación. Es decir, una degradación progresiva del medioambiente con menos biodiversidad.

“LOS DESIERTOS NO SON ECOSISTEMAS DESERTIFICADOS”

Pero, como explica Francisco Javier Lozano Cantero, doctor investigador de Desertificación y GeoEcología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, (CSIC) español, “los desiertos no son ecosistemas desertificados, aunque suene un poco extraño”.

La extensión de territorio desertificado, o tierras áridas, es aproximadamente del 35 por ciento de la superficie emergida del planeta. Los desiertos, excepto el Sahara, son comparativamente menores en relación a otros tipos de climas que son menos extremos.

Para aclarar esta diferencia fundamental, Lozano Cantero nos explica que “los desiertos son biomas, ecosistemas adaptados a las condiciones extremas en los que hay organismos vivos plenamente desarrollados, comunidades vegetales y animales que están muy bien adaptados. En cambio, en los terrenos desertificados los ecosistemas están degradados, es decir, están muy distantes de lo mejor que podría haber en esa zona, porque han sido simplificados hasta un punto en el cual el propio ecosistema ya no tiene capacidad de respuesta”.

Los desiertos son extensiones en los que ha intervenido la propia evolución del planeta y en los que la naturaleza ha creado sus propias formas de vida, adaptadas a las duras condiciones. “Los desiertos tienen una razón de ser geofísica, y las comunidades, los ecosistemas que hay en ellos, evolucionan pausadamente en relación al desierto que se está instalando, por lo tanto son ecosistemas relativamente estables”, precisa Lozano Cantero.

El aspecto de las zonas desertificadas no difiere mucho al de los desiertos, sin embargo, “la cubierta vegetal que hay en la zona degradada no es la que debería haber si allí no hubiera intervenido el ser humano, mientras la que hay en un desierto sí es la que debería haber, haya o no seres humanos. Esa es una diferencia crucial”, incide el investigador.

LA INTERVENCIÓN DEL SER HUMANO

Y pone el énfasis en que “la desertificación solo tiene lugar si concurren dos factores, la situación anómala desde el punto de vista climático y una ocupación humana que hace una extracción excesiva de algún recurso natural, sea el agua o la productividad del suelo. Entonces se produce la desertificación”.

Además, existe otra característica que incide, se trata de zonas normalmente de sequía, pero en las que el clima fluctúa. “Lo más importante no es tanto que sean zonas secas como que, además, varía mucho su grado de sequía, de manera que pueden haber algunos años húmedos y, después, algunos años secos. En ese periodo húmedo, el ser humano tiende a sobre explotar la tierra, por ejemplo concentrando población para pastorear en un sitio que ha tenido una serie inusual de años húmedos”.

A la desertización de muchas áreas del planeta han contribuido también, desde hace décadas, planes urbanísticos desorbitados que se han extendido para favorecer los intereses turísticos y económicos en amplias áreas de países con pocos recursos hídricos.

EN PELIGRO DE EXTINCIÓN DE RECURSOS

En un informe del Convenio de las Naciones Unidas se explicita cuáles son las áreas del planeta más castigados por la sequía y con mayor peligro de extinción de sus recursos.

El Mediterráneo norte, el Mediterráneo sur, ciertas zonas de Sudamérica como el nordeste del Brasil o la Patagonia, el norte de Chile donde se encuentra la comarca de la Serena hasta el desierto de Acatama; el medio oeste americano y las llanuras de Australia central, así como un enorme territorio que se encuentra en Asia central que se puede localizar alrededor de Kazastán, donde hay grandes estepas que corren riesgos activos de desertificación.

A pesar de estas previsiones, el investigador español apunta: “Nosotros hemos hecho estudios en varias zonas del planeta y, en general, lo que encontramos es que la proporción de territorio degradado es notable pero no tan alta como se suele decir”.

Para el científico español, “el ser humano tiende a simplificar los sistemas para poder explotarlos y extraer de ellos los recursos naturales que necesita, si esa simplificación es excesiva se destruye la capacidad del ecosistema para tener memoria sobre las perturbaciones ambientales que le afecta, como los episodios de sequía o de lluvias torrenciales. En ese punto, el sistema es incapaz de recuperarse, no sabría lo que tendría que hacer”.

La preocupación de los investigadores en la actualidad se centra en la posibilidad de recuperar las zonas desertificadas. “Creemos que es posible la recuperación, pero que hay un umbral de degradación a partir del cual ya no se puede producir esa recuperación. La comunidad científica internacional realiza muchos esfuerzos dirigidos a saber si existen realmente estos umbrales y cuáles son, porque naturalmente son muy relevantes para la gestión que hagamos del territorio. Pero, hoy por hoy, no lo sabemos y cuando decimos recuperar me refiero a una escala humana de tiempo”, concluye Francisco Javier Lozano Cantero.

Fuente: EFE Reportajes